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El «Voto de Silencio» en Jueves Santo es una tradición que se observa en algunas iglesias cristianas, especialmente en la Iglesia Católica. Durante este día, se pide a los fieles que guarden silencio y reflexionen sobre la Pasión y Muerte de Jesucristo. A mí, hace ahora varias Semanas Santas, un Jueves Santo me dio por comprobar en mis carnes lo del voto de los Benedictinos. Al ser el voto de los Benedictinos a tiempo parcial pensé que no me iba a enterar bien de la peli. Así que opté por el voto de silencio estricto de los Trapenses. Total… por no hablar en una jornada de autoreflexión…
¡Grave error!
Los cabreos e irritación de las personas que se encontraban con un muro de silencio en mi falta total de respuesta, no te lo imaginas, amable lector.
Por entonces yo tenía impresora, como buen profesional que por aquel tiempo se veia en la obligación de tenerla y usarla. Imprimí un cartelito que explicaba mi situación a la manera de los trapenses y me lo colgué en el pecho. El personal no hacía caso a mi aviso. Se enfadaba después de sus ineficaces y repetidos intentos. Y yo como un buen trapense me negaba a contestar.
Mose Bernal, mi distinguido vecino de aquella época, buen anfitrión donde los haya, nos invitó a los parroquianos a su balcón que da a la calle de Correos, a ver pasar la procesión del Silencio. Un cuarteto interpretaba música sacra situado en el repecho de la parada del autobús, constante y levemente interrumpida por la campana metálica que precedía al paso del Cristo crucificado. El sonido de los pasos de los anderos al pasar bajo el balcón potenciaba más el silencio de la procesión.
Me acordé de las tardes calurosas de calma entre julio y agosto cuando los familiares y queridos perros no se atreven a ladrar, los niños se están quietos, y sólo el tío de «la amoto» es capaz de romper el silencio.